Recientemente hice un ejercicio, le dije a ChatGPT que investigara referencias sobre el dios Airón y sus leyendas,y que, con todo ello, generara un relato al estilo H.P. Lovecraft. He aquí el resultado:
“El Pozo de Airón”
Un relato al estilo de H. P. Lovecraft ambientado en la Granada contemporánea
No sé cuánto tiempo ha pasado desde aquella noche, ni si este testimonio llegará a manos que no estén ya contaminadas por la verdad que descubrimos. Mi nombre es Manuel Luján, profesor titular de Arqueología en la Universidad de Granada, y lo que voy a narrar aquí es más una advertencia que una confesión.
Todo comenzó con una serie de terremotos menores que sacudieron Granada durante el mes de febrero. La ciudad, con su piel de siglos, parecía estremecerse como si algo se removiera bajo la tierra, algo antiguo y olvidado. Fue entonces cuando una de mis alumnas de máster, Laura Rivas, me trajo un artículo olvidado del siglo XIX que mencionaba un pozo sellado en el Albaicín: el Pozo de Airón. Había estado allí, a la vista de todos, cubierto por siglos de urbanismo y superstición. Y lo peor de todo: se había sellado por temor a las "voces del subsuelo", según rezaban los textos.
La referencia a Airón me inquietó. Recordaba vagamente aquel nombre de un congreso sobre deidades prerromanas. Un dios íbero, oscuro, esquivo en las fuentes, siempre relacionado con el agua, con pozos y con lo que habita debajo. Lo llamaban el "Guardián del Inframundo", y algunos lo vinculaban con sacrificios rituales prehistóricos. Era una figura que no encajaba en el orden olímpico romano ni en la liturgia cristiana que le sucedió. Airón era algo más… algo anterior.
Con una mezcla de entusiasmo académico y desasosiego creciente, comenzamos una investigación paralela a nuestras clases. Lo que hallamos fue tan fascinante como alarmante: registros geológicos que mostraban una cavidad inmensa bajo el Albaicín, completamente seca, pero con actividad sísmica inexplicable. Descubrimos grabados en piedra en el Museo Arqueológico que representaban figuras serpenteantes y humanas arrodilladas ante una abertura oscura. Laura, cada vez más obsesionada, aseguraba que los grabados eran “advertencias”, no escenas religiosas.
El 15 de marzo, conseguimos acceso a una vivienda privada en la calle Postigo de la Cuna donde, según planos antiguos, aún quedaban restos del pozo. El propietario, un anciano que no paraba de murmurar oraciones, nos dejó pasar tras pagarle una suma obscena. “No se acerquen mucho”, fue lo último que dijo antes de encerrarse en su dormitorio y clavar una cruz en la puerta.
La trampilla de piedra estaba oculta bajo una alfombra. Costó levantarla, y al hacerlo, el hedor a humedad antigua y tierra removida nos golpeó como un puñetazo. Descendimos con linternas y cámaras. El pozo no era lo que imaginábamos: no era vertical, sino que se abría en una galería oblicua cubierta de inscripciones y petroglifos que no correspondían a ninguna lengua conocida.
Laura comenzó a cambiar después de aquello. No dormía. Decía que soñaba con una ciudad sumergida, que Airón había despertado, que el sellado del pozo había cortado su vínculo con “el ciclo de retorno” y que ahora reclamaba su espacio.
El 21 de marzo, durante una excursión nocturna que no contaba con ningún permiso, Laura desapareció en las galerías. La buscamos durante horas sin éxito. Lo que sí encontramos fue su cuaderno, con dibujos obsesivos de un ser enorme, de rostro serpentino y cuerpo compuesto de corrientes de agua negra. En el centro de todas las páginas, siempre el mismo símbolo: un círculo doble entrelazado, abierto por el centro hacia abajo, como si indicara un portal.
Después de aquella noche, los terremotos cesaron, pero comenzaron los sueños. Todos los que descendimos al pozo los tenemos. Soñamos con hombres sin ojos que beben de una fuente seca. Soñamos con la sima que se abre bajo la Alhambra. Soñamos con el regreso del dios.
He consultado textos prohibidos del archivo universitario. Uno de ellos, copiado del monacato mozárabe, menciona a Ayrón, el que duerme en la boca de la tierra, el que “vigila la sangre derramada, y cuando no se le ofrezca, la tomará por su cuenta”.
Ahora, mientras escribo esto, la humedad se cuela por las paredes de mi piso en el Realejo. Siento que el aire pesa más, como si algo ascendiera desde lo profundo. He enviado copias de estos apuntes a varios colegas fuera del país. Me iré esta noche. No volveré a Granada.
Pero
si lees esto y caminas por el Albaicín… si te detienes en silencio
cerca del Postigo de la Cuna… no escuches las voces que susurran desde
el suelo. No son tus pensamientos. No son ecos.
Son recuerdos de un dios que jamás debió ser sellado.
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